El niño, hasta
los dos años, se encuentra en un estado emocional fusionado con su madre, no se
percibe como un ser diferenciado. Es más, hasta los nueve meses sus
experiencias quedarán grabadas en el inconsciente junto con las prenatales,
formando el paquete de protovivencias. Por eso es tan importante durante esta
etapa la cercanía con la madre, a través de las caricias, que evocarán el
continuo roce con el cordón umbilical durante la vida prenatal. El proceso
de autoidentificación empieza con la deambulación independiente. Comienza con
el gateo, y se consolida en torno a los dos años, cuando ha finalizado
completamente el proceso de aprendizaje de caminar.
El niño ya percibe
que es una persona única, distinta, y tiene que reafirmarlo. La manera más básica de
autoafirmarse es negar al otro. Muchas veces, esta necesidad del niño, que
incluye ir adquiriendo su propia autonomía, entra en conflicto en la
interacción con sus padres. Sus deseos, sus expectativas, su necesidad de
independencia, de autonomía; entran en conflicto con los de sus progenitores.
Además de la necesidad de autoafirmarse, aparece también el conflicto
emocional. “Yo quiero esto y mis padres quieren otra cosa”. ¿Y el niño
cómo lo gestiona? Con el NO o con el famoso “berrinche”. Es un proceso natural,
que sólo necesita sentir el acompañamiento de sus padres y educadores, para
poder experimentar que la frustración se pasa, y que su cariño está asegurado,
independientemente de sus comportamientos.
Así, el niño
necesita autoafirmarse, negarse y conseguir lo que desea para consolidar la
conciencia del “yo”. Siempre que ofrecemos “atención
tóxica”, porque estamos en estado de “secuestro
emocional” ante una rabieta, estaremos potenciando la frecuencia y la
duración de las mismas, radicalizando conductas que destructivas para el niño.
Los límites
relacionados con la seguridad y el bienestar del niño son necesarios,
pero es muy importante que los entiendan así, y no como una lucha de poder con
sus padres. Podemos reflexionar sobre los límites para descubrir cuáles son realmente
necesarios y cuáles tienen que ver con nuestras propias carencias, y no con la
seguridad y el bienestar del niño. Tan importante es que aprendan a aceptar un
límite como que aprendan a transgredirlo. Parece
que muchos padres creen que los niños tienen que aprender a obedecer y a
cumplir normas, a pesar de que no entienden su beneficio. Todo ello está muy
relacionado con la sumisión, que obviamente no es lo que los padres quieren
para sus hijos cuando sean adultos. Sin embargo, y de forma totalmente
inconsciente, es lo que refuerzan cuando son niños.
Los
niños necesitan aprender a decir que no, a tener criterio propio, a decidir, a elegir, a
tomar decisiones sin temor a equivocarse. El niño que no aprende en su casa a
decir que no, a decidir por sí mismo, y a transgredir, en el momento en que los
referentes ya no son sus padres, sino el grupo de iguales (preadolescencia y
adolescencia), se va a encontrar en situaciones en las que, al no saber decir
que no o saber tomar una decisión diferente a la que le impone su referente, se
convierte en una presa fácil para ser captado por cualquier movimiento o líder
que le induzca a llevar a cabo conductas destructivas. Tan importante es
aprender a aceptar los límites que entiende que son protectores, como a rebelarse con los que no percibe como
beneficiosos para él, vengan de quién vengan. Llegará un momento en que el
referente no seréis vosotros, serán sus amigos. Y no siempre el amigo va a tener
un criterio válido o seguro. Incluso muchas veces él mismo ha sido ya captado
para captar a otros. Tenemos que tener presente siempre, que el niño necesita
experimentar y jugar para ir desarrollando la autonomía y la responsabilidad. Es
muy importante que nosotros acondicionemos de manera segura el espacio donde
va a estar el niño, y organicemos el tiempo para respetar su ritmo en el
desempeño de cada tarea, acompañándolos con amor.
Podemos observar
al niño para descubrir qué necesidad tiene, qué le está causando el malestar, y
poner las condiciones para que la necesidad sea cubierta. Muchas veces el
esfuerzo que supone cambiar esas condiciones ambientales o actitudinales nos va
a dar un beneficio mucho mayor que si no las cambiamos, aferrándonos a perpetuar
nuestras propias necesidades. Podemos descubrir qué necesita el niño,
escuchando y observando lo que manifiesta, para ir cubriendo sus necesidades,
desarrollando nuestro infinito potencial creativo de afrontamiento, y creando
un vínculo afectivo sólido y seguro.
Manuela Álvaro Alonso