Percibir el trabajo como la oportunidad de atender a otro ser humano y a nosotros mismos en nuestras frustraciones y miedos, nos permite trabajar con amor.
Nuestro trabajo lo podemos convertir en un manantial de soluciones creativas, transformando en río el cauce de la jornada laboral, fluyendo con lo que nos vamos encontrando.
Es momento de recordar que el trabajo puede ser fuente de salud porque nos da la oportunidad de ir desplegando el infinito potencial creativo que nos irá humanizando. Y al amar nuestro trabajo, estamos en realidad amando la vida, a los otros y a nosotros mismos.
La vida nos ofrece continuamente estímulos para irnos transformando cada día. Por eso cuando nos acostamos somos una persona y cuando nos levantamos a la mañana siguiente somos una persona nueva, transformada, después de haber procesado durante el sueño todos los estímulos del día.
Cuando trabajamos en espíritu de cooperación, nos apasiona nuestra tarea profesional, trabajamos con amor, arrimamos nuestros hombros y sintonizamos con el devenir de la Vida y el trabajo se convierte en la oportunidad diaria de desarrollar el gen altruista que nos lleva a sentirnos auténticos seres humanos.
El trabajo es la manifestación plena del amor. Y si no podemos trabajar con amor sino tan sólo con desagrado o apatía, a lo mejor nos conviene dejar de trabajar un tiempo, para dar la oportunidad a los que pueden trabajar con alegría para generar salud dentro y fuera de ellos. Porque si atendemos a nuestros pacientes y familiares con indiferencia o disgusto estaremos entregando lo peor de nosotros, despertando a su vez lo peor de ellos. Y además estaremos quitando la oportunidad de que otro pueda entregar lo mejor de él, despertando lo mejor en pacientes y familiares, favoreciendo así que puedan recuperar la salud lo antes posible, dando sentido a nuestro trabajo como cuidadores.
Manuela Álvaro Alonso
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