El primer paso es entender que la vida nos va poniendo
situaciones fáciles para que podamos disfrutarlas y sentir la gratitud por
vivirlas y también nos va poniendo situaciones difíciles para que podamos
evolucionar, llevando así a cabo el proceso de humanización para el que venimos
a este mundo, que se inicia cuando nacemos, porque nacemos como cualquier
animal mamífero, con el cerebro reptiliano o instintivo grabado con las
necesidades básicas de supervivencia y el cerebro mamífero en blanco, para ir
introyectando el modelo de quién o quienes nos cuiden, e irnos convirtiendo
poco a poco en seres humanos, que cuando nacemos sólo lo somos en potencia.
El segundo paso es descubrir que tenemos la precepción transmitida de que las situaciones fáciles son buenas y siempre queremos más y las situaciones difíciles son malas y queremos poder evitarlas, y si no es así, librarnos de ellas cuanto antes.
Y tanto unas como otras nos las pone la vida delante porque
son convenientes para nuestra evolución
y humanización, independientemente de lo que hagamos o no hagamos. Y así
podemos entender, que no hay situaciones fáciles, ni difíciles, ni buenas, ni
malas, sino que todo lo que nos ha tocado vivir, estamos viviendo, o nos quede
por vivir, fueron convenientes, están
siendo convenientes y serán convenientes para que al reconstruir nuestra vida
podamos descubrir que todo ha sumado, que nada ha restado, que nada ha faltado,
ni nada ha sobrado y así podamos vivir en paz el tiempo que nos quede,
confiando en la vida y en nuestra creatividad infinita para poder seguir
percibiendo todo como conveniente y afrontándolo de una forma eficaz y
satisfactoria, que nos llevará a sentirnos cada día un poquito más humanos,
porque ya no lucharemos para sobrevivir, sino que podremos fluir, para vivir en paz con todo, por todo y a
pesar de todo.
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