Todos
los seres humanos desde que nacen hasta que mueren tienen una predisposición
innata a construir nuevos aprendizajes, por esto la educación es
el arte de hacer germinar las semillas interiores que se desarrollan
no por la fuerza, sino promoviendo experiencias para sacar conclusiones por
ensayo-error.
La educación como desarrollo integral permanente de la persona está basada
en la comprensión necesaria para que tenga lugar el proceso de
enseñanza-aprendizaje, no en la memorización que sólo desarrolla la capacidad de repetición.
El
aprendizaje comienza en la familia, los
padres son los primeros educadores y ofrecen como amor, lo que como amor
recibieron, transmitiendo su modelo de forma inconsciente y que los niños
imitan de forma espontánea.
En
este momento evolutivo, mientras el objetivo de la escuela no sea construir seres humanos felices capacitados para
seguir construyendo aprendizajes durante toda la vida, la familia puede hacer
esa labor de compensación.
El
maestro igual que los padres no pueden enseñar todo lo que saben, sino promover
que a través de las propias experiencias de manera rápida y satisfactoria puedan
ir construyendo aprendizajes por ensayo-error, facilitando así que no pierdan
la curiosidad por seguir construyendo aprendizajes que desarrollen su humanidad
y les permita fluir con lo que la vida les presente, descubriendo respuestas
eficaces y satisfactorias.
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