El vínculo afectivo
que surge entre dos personas reconoce que los dos son dueños de su cuerpo, su
dinero, su tiempo, su vida, y por lo tanto nada de lo que el otro hace es
percibido como maldito, para no empezar a luchar para transformarlo,
simplemente lo convierte en bendito, como sucede de forma espontánea y natural
durante el periodo de enamoramiento o cuando se está forjando una nueva
amistad.
Cuando uno de los dos empieza a reprochar al otro los deberes que no cumple y los derechos que el mismo no puede ejercer, el vínculo afectivo ya se ha transformado en un contrato mercantil puro y duro, en nombre del compromiso de la amistad o la pareja.
Para que el vínculo
afectivo no se transforme en un contrato mercantil, puro y duro, y recordando
que siempre seremos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestro
silencios, es necesario entender que sólo le comunicaremos al otro sus
bendiciones como hacíamos al principio, porque si hay algo que nos parece maldito
es por la percepción que estamos haciendo y si desplegamos la creatividad
descubriremos que todo lo que no nos gusta del otro nos conviene, para
transformar la percepción que nos permita transformar en bendito lo que hemos
percibido como maldito por la percepción transmitida, y una vez transformado en
bendito ya podremos hablarle al otro de dicha bendición y de la gratitud que
sentimos a su comportamiento que en un principio percibimos como maldito.
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